Si, sí, leánlo bien. No digo GODOS (que también, sin ser partidista, algunos tienen su bien ganado trocito de paraíso, pobrecitos ignorantes...) digo GORDOS.
Por que uno está ya harto de ver en la tele anuncios de anticelulíticos, desengrasantes (ni que fueramos sartenes!), cremas reductoras, y un largo etcétera de medidas contra-los-excesos-de-medidas.
Pero ¿qué les hemos hecho los gordos?.
Al contrario, suele decirse que los gordos son todos pacíficos, bonachones, sirven de referencia callejera para extravíos, cual si de señales ambulantes se tratasen (“Mira, niño, si te pierdes, ponte al lado de aquel señor gordo!”), somos todo utilidad y bondad, repartiendo sonrisas, a cambio de frases lacerantes como “Otro evadido del gimnasio!”, o “Bendito sea Dios! Con la tela de ese vestido tenía yo para dos!”.
Hoy, ya no recordamos aquellas figuras orondas, que hasta inmortalizó Botero, y que en otro tiempo fueron sinónimos de salud, de riqueza y poderío. “Abajo los gordos!” se decía en las manifestaciones políticas. Y no era una indicación de que los obesos estuvieran mas altos, sino que había que repartir el poder económico.
Hoy, se nos pasean las pollitas con sus trajes ajustados, tanto que algunas llegan a arrancarse costillas (Dios mio, todo por una 36!), y hasta en los desfiles de modas han tenido que prohibir las exhibiciones de escuálidas siluetas, que mas parecían monumentos al hambre, que un modelo de figura a seguir.
Hoy, los varones exhiben sus tabletas de chocolate (ojo! Nada que ver con el sabrosísimo cacao con que nos deleitaban nuestras madres en la merinda), y su musculatura a veces inhumana, simiesca, propia de un tarzán de película de barrio.
Hoy, estar fofo está feo. Todo es esbeltez, sonrisas de profiden y pelucas con añadidos, para estar en la onda, para estar bien visto. Y pronto nuestras playas canarias se engalanarán de esta nueva versión humana del pavo real, presumiendo unos de chocolate y biceps, y otras de busto y cadera.
Qué importa que se hayan tenido que dejar el sueldo de toda una vida en una carísima cirujía totalmente innecesaria, para implatarse un balón endogástrico, o hacerse una liposucción que a la larga, degernará en celulitis de nuevo. Se privarían por una buena paella, o por un buen sancocho con sus papitas y mojo...Pero, ¿Y la moda?.
Esclavos de su propia imagen descuidan incluso el sustento básico, por lo de las calorías, hasta que se mueren, y comprueban con una desalentadora sorpresa, que en el cielo también hay gordos, pues que también los quiere Dios. ¿Para qué tanta privación, y tanto sacrificio, si al final han ido a parar al paraiso de los buenos comedores?
Y hasta se me antoja que al Supremo Hacedor, hasta en alguna ocasión alguien que no estuviese muy de acuerdo con esta estrafalaria moda de los cuasi-anoréxicos, lo ha pintado con una mal dismimulada barriguita... Señor, perdónalos, por que no saben lo que se pierden!.