lunes, 9 de mayo de 2011

La importancia de hablar bien

No es un político, ni un orador de profesión. No es siquiera alguien que trabaje de cara al público, por lo que su oratoria debería de ser como el de todo hijo nacido de mujer.

Pero éste no es su caso.

Este pía con un piar extraño, ajeno, como de ave de otro costado, que no hay quien lo entienda. Habla, y cuando lo hace se extasía en una serie de circunloquios y grandilocuencias, pomposas construcciones lexicológicas donde se pierde hasta el mas pintado, y al final de una sola frase, que por lo general llega a durar varios minutos, y en la que el decidor ha de tomar aliento mas de una vez para recuperar el "cloquío", no se sabe cuál era el propósito de la misma.

Es pedante, marrullero, adulador de sí mismo y de todo aquel inocente que se detenga a escuchar su ininteligible trino, ególatra perfecto que es la misma descripción del cretinismo, pues "cretino" es el término adecuado para aquel que "cree-tener-tino", y carece de él en lo absoluto.

Escucharle, es para algunos un ejercicio de inteligencia propio de maestros de sudoku, pues seguir el hilo de su razonamiento a través del diccionario completo de su real academia, es mas que entretenido. Para otros, un ejercicio de auto-disciplina, pues que hay que tener aguante, para no interrumpirle taponándole la boca con lo primero que se halle a mano, y soltarle cuatro verdades sobre su "encocorotado" sermón para necios.

Actos simples y cotidianos, como pedir un café a un camarero, son para él ocasiones de sacar la cola de pavo real y ufanarse de su manejo del lenguaje. Puede sonar algo como así: "Mire usted, dilecto empleado de este establecimiento hostelero, me apetecería tomar un estracto de la semilla cuya planta es el cafeto, sutilmente endulzado con una apropiada cantidad de sacarosa préviamente embolsada y de cuya salubridad avala el certificado de sanidad que exhibe en su sello, servido todo ello en una taza o cuenco con asa de adecuado tamaño al contenido, y razonablemente caliente, como acostumbra a deleitar a su cotidiana clientela".

¿Se lo imaginan? ¿Se imagina el semblante del camarero, que acaba de despedir de la barra a un paisano, con el que ha quedado para el fin de semana a pescar unas samitas en su barca?

Ayer, lo volví a ver tras un tiempo de voluntario alejamiento. Su verbo era mas pausado, aunque distante de la ausencia total de verborrea que es su estado natural. Me asombré por el efecto que causaba no sólo en mí, sino en el resto de contertulios que acostumbrabamos a echar la siesta de la sobremesa, mientras el "secuestrador verbal" soltaba toda su artillería pesada por la boca, como tanque oratorio.

En un lapsus, de los que frecuentemente sigue haciendo, aunque breve, para tomar aire y continuar con su aletargador discurso, le interrumpí groseramente, para preguntarle a "bocajarro", sin previo aviso : "Disculpe, caballero, pero antes no solía ser tan cometido en su vocabulario, con cual nos alecciona y asombra. A qué se debe a que hoy sea usted un poco mas parco en sus expresiones linguisticas?"

A lo que el aludido, me respondió: "Pues verá usted, siempre creí que hablar, había que hablar bien y claro, con la diáfana y necesaria transparencia para que le entendiesen a uno. Pero he comprobado, que con menos palabras, incluso hay quien me entiende mejor!".

Alabada sea la vida, que da pañuelo, a quien no da narices.

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